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La decepción, el final de un sueño ilusorio

    decepción

    Estos días he escuchado en consulta la palabra decepción en repetidas ocasiones, quizás demasiadas. Y me ha hecho pensar en ello.

    La decepción es la sensación que surge de aquel penar causado por el desengaño.

    Y según el diccionario sus sinónimos son nada más y nada menos que, desilusión, desencanto, desencantamiento, entre otros.

    Todo esto provocado por no cumplirse la expectativa generada previamente, ante el deseo o la esperanza puesta en alguien o en proyecto alguno.

    La decepción llega cuando nuestra pena y lo sorpresivo del hecho se hacen a una. Es como un ente que se alimenta de la tristeza y de la sorpresa imprevista a la vez.

    Diríamos que este combo de “dolor” cala de forma incrédula en nosotros durante un tiempo haciéndonos daño

    Solemos agarrar el pesar sin querer soltarlo por esa parte de impacto que se vive y que no se quiere reconocer como posible.

    Las miradas de ese dolor, tanto en consulta como fuera de ella y en primera persona, indican el sufrimiento por la ilusión inicial.

    La expectativa generada nos lleva de cabeza a la trampa del autoengaño. Caemos en la trampa tejida inconscientemente.

    Si el mundo lo interpretamos con el ensimismamiento de esperar de aquello, de aquel o aquella, y generamos durante el tiempo mayor deseo alimentando una idea que quizás nunca fue semilla de nada, cuando la cruda realidad se aparece, te desbarata, te zarandea y de frente te dice: estabas en un error.

    Y me pregunto en ese momento: ¿pensamos en nuestro autoengaño, o en el engaño presentado por lo otro u otras personas? Esto es lo que creo que nos hace más daño.

    Desde mi punto de vista, no es dañino lo que provoca la sensación de desengaño, sino el darnos cuenta cómo nos hemos engañado personalmente con la idea errónea.

    Si no nos hubiéramos alimentado de conjeturas, ideaciones, interpretaciones personales, suposiciones, … sobre algo o alguien, no habría un verdadero encuentro con la decepción.

    Quizás de este modo sin esperar nada de aquello, o en justa medida, lo que se dé luego no provoca tal penar, tal tristeza o desesperación.

    En cambio, si el sentimiento dañino perdura y tortura, se desencadena la frustración y esto puede a su vez, generar un estado de agotamiento o estrés psicológico.

    Tal es así que en demasiadas veces, se nos sienta delante en el despacho con nombre propio y dolor sufriente.

    Entonces, me pregunto ¿dónde está el equilibrio entre soñar, tener aspiraciones, generar ilusión en algo o en aquellas palabras de alguien, y soltar de expectativas todo lo preconcebido, lo cual no se sustenta en juicio crítico o datos de la experiencia?

    ¿Cómo ser precavido ante la posible decepción que acecha?

    ¿Será que hay un pulso entre la desconfianza cierta y la ilusión ilusa para mantenernos con entretenimiento?

    Quizás haya que ser pacientes y esperar que la experiencia con los años, nos sitúen “sanamente” en esta posición de equilibrio para no sufrir en exceso o disipar rápidamente lo que molesta.

    Y sí, con el tiempo y conciencia, la decepción llega menos a la puerta, se presenta más pequeña y se sacude más pronto que tarde.

    No obstante, hay que aprender de ella, hay que percibir la sensación que nos enseñan los derroteros de la vida, para ¿cómo decirlo?… aprender a olerla antes.

    No hay otro modo para enriquecernos con la madurez y el desarrollo personal.

    En fin… que lleguen las experiencias y nos hagan sentir y así transitemos la vida con sus pormenores emocionalmente pedagógicos.

     

    María Goretti González
    Psicóloga General Sanitaria T-03125

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