Vivimos en un mundo acelerado, esclavos de las prisas y la velocidad; un mundo que nos contagia una sensación de estrés y desasosiego.
Conseguimos conocer el mundo a través de nuestra relación con él. De ahí que, para conocer el mundo, no solamente debamos examinarlo en sí mismo, sino también examinarnos a nosotros mismos.
La introspección podemos irla incorporando a nuestra vida según la vamos viviendo. Es algo incompatible con vivir acelerados y sin tiempo para pensar antes de actuar. Es una forma de vivir conectados a nosotros mismos, de ir sabiendo lo que nos provoca eso que vamos viviendo, y conectar con nuestro interior.
La mente tiene la capacidad reflexiva para ser consciente de sus propios estados, de ahí parte la introspección. Nos permite conocernos mejor, analizándonos a nosotros mismos para poder interpretar nuestras ideas y emociones. Hacemos referencia a lo que se conoce en Psicología como capacidad de insight, que consiste en tomar conciencia de lo que ocurre en el interior de uno mismo, con cierto grado de tolerancia hacia lo que uno observa, incluso cuando resulta doloroso.
En este sentido, la autocrítica es básica: tenemos que mirarnos con el objetivo de comprender qué cosas conviene cambiar. No es cuestión de autoculparse sino de comprender para poder avanzar.
Observando y conectando con lo que sentimos comenzaremos a verificar nuestro estado interno. De esta forma, podremos llevar la atención a la situación de una forma más adecuada que si nos dejáramos llevar por el impulso inicial.
Nuestra práctica de la introspección comienza por el acto de prestarse atención, de escucharse. Ante cualquier situación que se nos presente o donde nos encontremos inmersos, en lugar de precipitarnos, sería recomendable que nos detuviéramos un momento y examináramos nuestro interior.
Para conseguir una buena experiencia introspectiva haz las preguntas correctas:
En lugar de preguntarnos “¿por qué?”, debemos hacernos preguntas que ayuden a concentrarnos en las soluciones u objetivos. Por ello, deberíamos hacernos preguntas como “¿Qué estoy sintiendo ahora?” en lugar de “¿Por qué me siento tan mal?” Este tipo de pensamiento puede ayudarnos a nombrar e identificar nuestras emociones, lo que reduce la automatización de sentimientos y actitudes negativas.
Además, evitemos hacernos preguntas centradas en el problema como, por ejemplo: “¿Qué dificultad estoy enfrentando en este momento?” En su lugar, planteémonos cuestionamientos en torno a la meta: “¿Cómo me gustaría estar dentro de un mes?”
Si tenemos un problema persistente en la mente, lo ideal es que nos hagamos preguntas que cambien nuestro enfoque hacia su posible solución. Estas podrían comenzar de una forma sencilla, como: “¿Cuál es una posible solución a este problema?” y luego pasaríamos a: “¿Cuál es una forma en la que podría comenzar a avanzar hacia la creación de esta solución?”
Es muy importante cada día detenerse en el camino, parar física y mentalmente, para conectar con nosotros. Da igual dónde nos encontremos o qué estemos haciendo, lo importante es dirigir la atención hacia nosotros, hacia nuestro ser y nuestra esencia para conectar con el silencio y comenzar a escucharnos. Así, nos convertiremos en observadores desapegados de las situaciones externas.
Estas son algunas pinceladas sobre cómo funciona la introspección. Anímate a dedicarte cada día una mirada respetuosa a tu interior, y si necesitas ayuda para mejorar tu experiencia introspectiva ya sabes dónde puedes encontrarnos.
Pablo Dorta (Colaborador Externo)
Psicólogo General Sanitario Nº colegiado T-3657